dc.description.abstract | En el año 2005 apareció, de la nada y sin mucho alboroto, lo que muchos vieron como un sitio de autoalojamiento de videos: era YouTube. Pensado originalmente como un repositorio de material videograbado que permitiera archivar y publicar contenido audiovisual en streaming, en menos de
un lustro fue virando hacia una plataforma de autoproducción. En parte, esto quiere decir que se convertía en un producto tecnológico cuyo principal atributo y promesa de venta no era ya ser un proveedor de atajos entre consumidores y productores casuales, sino el ofrecer un espacio donde las personas pudieran subir material producido, ex profeso, para ser distribuido y visualizado en esa plataforma (Kyncl y Peyvan, 2019). Su lema era, ya entonces, muy claro: “Broadcast yourself ” (“Transmite tú mismo”). Habían nacido, también sin mucha conciencia de haberlo hecho, los youtubers, y con ellos el boom de la producción de contenidos centrados en el usuario, y el modelo más claro, que hoy conocemos como el prosumidor. Aunque al día de hoy pensamos en estos youtubers y otros autoproductores como actores que compiten entre ellos para ganar una fracción de nuestra atención (Odell, 2019), la inmensa mayoría del material y canales existentes en YouTube consiste en contenido generado por usuarios llanos e improvisados, gente armada con un teléfono inteligente y, algunas veces, alguna aplicación de edición y publicación. | spa |