dc.description.abstract | Cuando uno se dedica con cierta paciencia y empeño a mirar el estado de la naturaleza y de ella lo que conocemos como medioambiente, en las actuales condiciones de la segunda década del siglo XXI, antes que la razón nos asista la mesura y el buen juicio que demanda toda escritura, a más de respeto para con un lector ausente —ante todo eso—, se ve uno abocado a cambios bruscos y emociones encontradas, que se van trazando en los caracteres fantasmales que aparecen en la pantalla de un ordenador; en ese camino de los fantasmas se ve uno agobiado y sacudido con violencia en sus emociones y convicciones, en lo que uno supondría cierta mesura de la especie sapiens-sapiens, lo que comúnmente se llama la humanidad; parece ser que hoy son muy pocos y, ante todo, a todas luces,
insuficientes, los individuos equilibrados, cuerdos y sensatos, con respecto al-mundo-de-la-vida-natural-ambiental. En esa perspectiva se llega, inevitablemente, al momento invasivo y justificado del pesimismo antropológico, la confirmación de su existencia plena, cuando él asoma su terrible rostro. Un rostro sin máscaras, desnudo y vergonzoso, sin gestos amables y rictus amargos, piel resquebrajada en escamas, pocos cabellos mustios, labios amoratados y ojos acuosos e inexpresivos; un rostro sin otredad y sin espejo posible, ¡único! Con la posibilidad de ser el último de la Tierra. | spa |